Pedro Sánchez, ese ilusionista de la política, nos presenta hoy su último truco en el debate de investidura. Un espectáculo que, entre bambalinas, promete ser más teatro que democracia. ¿Democracia? Esa palabra desgastada, usada y abusada por nuestros políticos hasta perder todo sentido.
Sánchez, con la gracia de un equilibrista político, se pavonea hacia la presidencia del Gobierno, mientras el Congreso se blinda como si fuera más un castillo medieval que la casa del pueblo.
Ah, y no olvidemos el cómico duelo con Feijóo. ¿Será una lucha de titanes o un simple juego de payasos? La ley de amnistía, esa manzana de la discordia, ha logrado lo impensable: sacar a jueces de Andalucía y Salamanca a la calle.
¿Protestas? Más bien parece una excursión fuera de sus juzgados. Y mientras tanto, el PSOE y Junts se enzarzan en un juego de números sobre a cuántos beneficiará la ley. ¿400? ¿1.400? ¿Acaso importa el número cuando el juego está amañado?
Y para añadir más sabor a esta sopa, el PP, con su reforma del Reglamento del Senado, juega a ser el héroe de una película cuya trama ya conocemos de memoria. Enviar el texto a Bruselas, ¿es quizás una súplica para que alguien más sensato nos salve de este enredo nacional?
Por último, el reparto de ministerios se convierte en una lotería donde Sumar parece tener los boletos ganadores, dejando a Podemos mirando desde la barrera. Teresa Ribera, María Jesús Montero y Félix Bolaños repiten, mientras Ernest Urtasun y Mónica García se suman al circo. ¿Serán estos los salvadores de nuestra tragicomedia política? Lo dudo