Dani Alves, quien hasta hace poco era sinónimo de éxito en el fútbol, vuelve a ocupar titulares, pero esta vez no por su destreza en el campo, sino por la resolución judicial que ha cambiado radicalmente el curso de su caso. El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJCat) ha decidido absolver al exfutbolista brasileño, revocando la condena de cuatro años y medio de prisión que le impuso la Audiencia de Barcelona por agresión sexual. La decisión ha causado revuelo, desatando un torbellino de reacciones que van desde el alivio de su entorno hasta la indignación de quienes ven en este fallo una nueva prueba de las grietas del sistema judicial.
El tribunal ha concluido que existen “déficits valorativos muy relevantes” en la sentencia original que condenaba a Alves, argumentando que las pruebas no son concluyentes y que el testimonio de la víctima presenta inconsistencias. Según la Sala de Apelaciones, la relación sexual entre Alves y la denunciante fue consentida, contradiciendo el fallo anterior de la Audiencia de Barcelona, que sí otorgó credibilidad al relato de la víctima. En consecuencia, el TSJCat ha absuelto a Alves, anulado su pena de prisión y ordenado que le sean devueltos los 150.000 euros de indemnización que había abonado.
La noticia ha generado un intenso debate, ya que, en un giro que algunos consideran inesperado y otros predecible, la justicia ha pasado de considerar probado un delito de agresión sexual a sostener que no hay evidencias suficientes para condenar al acusado. Este tipo de resoluciones, lejos de zanjar el asunto, suelen alimentar la desconfianza en el sistema judicial, sobre todo cuando el acusado es un personaje público con recursos suficientes para costear la mejor defensa posible.
Cabe recordar que Alves pasó 14 meses en prisión preventiva y recuperó la libertad tras pagar una fianza de un millón de euros en marzo de 2024. Desde entonces, su caso ha sido un foco de atención mediática, con opiniones polarizadas y un seguimiento constante de los detalles del proceso. Mientras tanto, la víctima se enfrenta a la dolorosa realidad de ver cómo su testimonio, que en su día fue validado por un tribunal, ahora es puesto en duda por una instancia superior.
Las reacciones no han tardado en llegar. Por un lado, quienes celebran la absolución del futbolista ven en esta decisión una corrección necesaria ante lo que consideran un juicio con fallos. Por otro, muchas voces denuncian que este fallo refuerza la idea de que la justicia no trata igual a todos y que el dinero y la fama pueden inclinar la balanza en favor del acusado.
Las redes sociales se han convertido en el epicentro de la indignación. “Otra vez lo mismo”, lamentan muchas personas, recordando casos similares donde la revocación de una condena por agresión sexual ha dejado la sensación de que el testimonio de las víctimas no es suficiente para que se haga justicia. En este sentido, el fallo ha reavivado el debate sobre la fiabilidad del testimonio de la víctima y la dificultad de probar una agresión sexual en ausencia de pruebas físicas contundentes.
El TSJCat ha justificado su decisión argumentando que la sentencia original contenía “vacíos, imprecisiones, inconsistencias y contradicciones”. Sin embargo, para muchos, esto no hace más que subrayar la brecha que existe entre la experiencia de la víctima y la percepción de los jueces. La justicia, que en teoría debe ser ciega, a menudo parece mirar con más escepticismo a unas personas que a otras.
El caso Alves ha expuesto una vez más las desigualdades en el acceso a la justicia y la fragilidad de los avances logrados en los últimos años en la lucha contra la violencia sexual. Si bien todo acusado tiene derecho a la presunción de inocencia y a un juicio justo, también es cierto que la revocación de una condena de este tipo envía un mensaje preocupante a las víctimas de agresión sexual, que ven cómo la credibilidad de su testimonio sigue siendo cuestionada a pesar de los esfuerzos por cambiar la narrativa.
Este no es el final del camino judicial para Alves. La decisión del TSJCat aún puede ser recurrida ante el Tribunal Supremo, lo que significa que la controversia en torno a este caso podría prolongarse. Mientras tanto, la sociedad sigue dividida entre quienes creen que se ha corregido una injusticia y quienes ven en este fallo un nuevo episodio de impunidad.
Lo que queda claro es que la justicia no se rinde, pero tampoco satisface a todos. Y, en el centro de todo, más allá de los titulares y el ruido mediático, queda una pregunta incómoda: ¿qué implica realmente este fallo para la confianza en el sistema judicial y para las víctimas de violencia sexual que aún dudan en denunciar?