En un giro que ni los mejores guionistas de telenovelas podrían imaginar, los ultracatólicos han desempolvado el arcaico delito de ofensa religiosa, cual reliquia sacra, para intentar frenar a todo aquel que se atreva a esbozar una sonrisa a expensas de sus dogmas. La última víctima de esta cruzada es Laura Yustres, alias Lalachus, quien, con una estampa de la vaquilla del Grand Prix luciendo la iconografía del Sagrado Corazón de Jesús, desató la furia de Abogados Cristianos durante las campanadas de TVE. Y todo esto, en una noche que prometía ser solo de uvas y buena suerte.
Pero esta no es una anécdota aislada. La historia nos lleva por un sendero de juicios que, salvo excepciones, han sido meras pirotecnias mediáticas. Desde el icónico “coño insumiso” hasta las excentricidades culinarias de Javier Krahe, los ultracatólicos han encontrado en el artículo 525 del Código Penal su tabla de salvación. Este artículo, que bien podría estar esculpido en piedra junto a los Diez Mandamientos, sigue vigente desde que lo aprobó el PSOE en 1995. Su misión: proteger los sentimientos religiosos de los ataques del escarnio público.
No obstante, la paciencia tiene un límite, incluso en la esfera celestial. El ministro de Justicia, Félix Bolaños, en un rapto de inspiración divina, ha prometido la derogación de este delito en 2025, en cumplimiento de un compromiso adquirido en el lejano 2018. Un gesto que para muchos llega tarde, como un tren que, tras varios descarrilamientos, por fin aparece en la estación.
En el rincón de Sumar, Podemos, y otros compañeros de batalla, la eliminación de este delito es una vieja exigencia. Una causa justa, aunque obstaculizada por la resistencia socialista a tocar temas sensibles como las injurias a la Corona. En un intento por redimirse, Sánchez parece haber recibido una epifanía y se dispone a cumplir con el Plan de Acción por la Democracia. Aunque, como bien sabe cualquier feligrés, hasta las mejores intenciones pueden quedar atrapadas en el limbo burocrático.
Mientras tanto, la procesión sigue. Con humoristas, activistas y artistas rezando para que esta sea la última vez que su creatividad se ve encadenada por leyes que parecen haber sido dictadas por los mismos inquisidores del Santo Oficio.