Ah, el transporte público, esa maravilla de la ingeniería moderna que, según los políticos, es la solución a todos nuestros problemas. Si alguna vez has escuchado a algún cargo público hablar sobre él, probablemente hayas escuchado frases como: “Madrid es una ciudad de 15 minutos”, o “El transporte público es la columna vertebral de la movilidad urbana”. Y no les falta razón… o bueno, no les faltaría, si alguno de ellos realmente lo utilizara.
Porque claro, en los despachos gubernamentales, los autobuses nunca se retrasan, los trenes no se averían, y el metro siempre llega a tiempo. En la burbuja dorada de quienes nos gobiernan, el transporte público es un jardín del Edén sobre ruedas. Pero si alguna vez alguno de ellos osara poner un pie en una línea de metro o atreverse a esperar un autobús de la EMT, descubrirían rápidamente que su idílica visión dista bastante de la realidad.
La Fantasía de los 15 Minutos
Uno de los grandes argumentos que nos venden es que en Madrid todo está a “15 minutos” de distancia. Sí, claro. Quizás en un mapa dibujado por un político con acceso a un helicóptero privado. Para el resto de los mortales, moverse por la capital implica, en el mejor de los casos, una travesía épica de al menos una hora si tienes la suerte de no enfrentarte a uno de los muchos imprevistos del día: trenes cancelados, autobuses que nunca llegan, y, cómo olvidarlo, esas deliciosas obras en todas partes que convierten cualquier trayecto en una odisea más digna de La Ilíada que de una urbe moderna.
Porque sí, querido lector, aunque nos lo pinten como una especie de Disneylandia de la movilidad, la realidad es que el transporte público en Madrid está más cerca de ser una casa de terror. Pero eso no se lo cuentes a nuestros políticos, que están ocupados disfrutando de sus comodidades.
La Incógnita de la Clase Social
Ahora bien, imaginemos por un momento un universo paralelo donde los políticos se atreven a coger el transporte público. ¿Qué sería de ellos? ¿Cómo reaccionaría su círculo social si les vieran metiéndose en un vagón abarrotado en pleno hora punta? Sería el escándalo del siglo. Imagínate la conversación en la cena:
“¿Has visto a fulanito en la línea 6 del metro? No me lo puedo creer, qué bajo ha caído”.
¡Un desastre! Perderían inmediatamente su status. Porque claro, no es lo mismo hablar del transporte público desde la comodidad de un coche oficial, o un asiento en primera clase de un avión privado, que meterse de lleno en la realidad de la gente común.
No, no, mejor que elijan el carril BUS-VAO (pero sin el BUS, solo VAO), no vaya a ser que les salgan callos de tanto caminar hasta la parada.
El Arte de la Hipocresía
Lo divertido —o más bien trágico— es que mientras tú, yo y millones de personas nos las arreglamos para soportar el caos del día a día en metro o autobús, nuestros queridos representantes nos dan lecciones de movilidad sostenible desde sus coches blindados y sus aviones privados. Qué irónico, ¿no?
Nos animan fervientemente a utilizar el transporte público para “mejorar la calidad del aire” y “reducir las emisiones de carbono”. Pero cuando se trata de ellos, parece que el planeta puede esperar. Lo que no puede esperar es la comodidad de su chofer personal, que les deja justo en la puerta de cada evento, sin tener que soportar ni un minuto de retraso o mal olor en un vagón.
¿Cambiará Algún Día?
Probablemente no. Al menos no mientras tengamos dirigentes que te recomiendan fervorosamente el transporte público desde sus Mercedes de lujo, mientras sobrevuelan nuestras cabezas en helicópteros y jets privados. La política, como bien sabemos, es el arte de decirle al pueblo qué hacer, mientras ellos disfrutan de los privilegios del poder.
Así que, ya sabes, la próxima vez que un político te diga que lo mejor para ti es coger el transporte público, pregúntale cuántas veces ha llegado tarde al trabajo por una incidencia en el metro. Spoiler: cero.