En la pista de la política laboral española, Yolanda Díaz y su equipo en el Ministerio de Trabajo pisan el acelerador para que la reducción de la jornada laboral sea una realidad en 2025. Como si se tratara de un tramo decisivo en una contrarreloj, las negociaciones con los sindicatos avanzan a toda marcha mientras la patronal se queda en el arcén, observando desde lejos y sacudiendo la cabeza en señal de desaprobación.
El plan, que promete llevar la jornada a 37,5 horas semanales, incluye también el registro horario digital —algo que las empresas ya están temiendo como si fuera un lunes eterno— y el derecho a desconectar. Este último punto suena maravilloso, aunque en muchas oficinas todavía intentan averiguar cómo lograr que los correos electrónicos dejen de ser notificaciones nocturnas.
En el corazón de la estrategia del Ministerio está la mesa técnica con CCOO y UGT, que según Joaquín Pérez Rey, secretario de Estado de Empleo, podría cerrar un acuerdo esta semana. Sin embargo, el verdadero desafío no está en las reuniones con los sindicatos, sino en el próximo paso: conquistar el Congreso de los Diputados.
Aquí entra en juego el factor PP, cuya posición sobre la medida podría ser determinante. Feijóo propuso en su momento algo relacionado con jornadas laborales de cuatro días, pero sin reducción horaria, lo que básicamente suena a un “trabaje usted más pero con otro calendario”. Mientras tanto, los populares aún no revelan si respaldarán la propuesta de Díaz, aunque las apuestas indican que podrían recurrir a su viejo hábito de votar en contra de cualquier iniciativa que provenga del Gobierno de coalición.
Por otro lado, Junts y el PNV se perfilan como alternativas clave para sumar apoyos. Mientras los nacionalistas vascos parecen dispuestos a negociar, Junts sigue siendo una incógnita, y las conversaciones con ellos se asemejan a un complicado juego de ajedrez político. A todo esto, Díaz ya se ha reunido con agentes sociales en Euskadi y Catalunya, con la esperanza de que su influencia ayude a inclinar la balanza.
Y mientras en el Congreso y los despachos la discusión se vuelve cada vez más técnica, los sindicatos recorren los pasillos parlamentarios como vendedores ambulantes, buscando clientes para su propuesta estrella. Todo esto ocurre mientras la patronal, enfurruñada por no haber conseguido lo que quería, decide quedarse al margen, dejando claro que su relación con el Gobierno está más fría que el café olvidado en una reunión de trabajo.
En resumen, la reducción de la jornada laboral parece estar más cerca que nunca, aunque el camino hacia su aprobación sigue siendo un terreno lleno de curvas, obstáculos y giros inesperados. Eso sí, si se consigue, quizá todos podamos disfrutar de un poco más de tiempo libre para ver cómo nuestros políticos encuentran nuevas formas de complicarse la vida.