En la política española, si no estás con nosotros, estás contra nosotros, y probablemente te llamen “facha” en algún momento. Este mantra parece ser la brújula que guía al actual Gobierno, que se ha dedicado a premiar a sus allegados con golosinas gubernamentales mientras que a sus detractores les regala un bonito conjunto de adjetivos despectivos. Y en este teatro de lo absurdo, todos los actores tienen su papel asignado.
Tomemos, por ejemplo, el episodio de Dani Carvajal, el lateral derecho del Real Madrid, que recientemente ha sido etiquetado como “facha” simplemente por no detenerse a charlar con el presidente Pedro Sánchez durante una recepción oficial. Claro, en el manual no escrito de la política de favores, ignorar al presidente es un pecado capital que solo puede redimirse a través del vilipendio público. ¿Quién necesita la libertad de asociación cuando puedes tener un enemigo público gratuito?
Por otro lado, tenemos a los “lameculos” (disculpen mi francés), aquellos que han descubierto que hacer favores al líder no solo es bueno para el alma, sino también para la carrera. No es raro ver cómo ex colaboradores y amigos del partido se encuentran de repente manejando carteras ministeriales o asumiendo roles de influencia, demostrando que en la política, como en los negocios, es más sobre quién conoces que sobre lo que sabes.
En medio de esta polarización inducida, algunas voces intentan recordarnos lo que podríamos ser. El Rey Felipe VI, en una rara muestra de optimismo, agradeció a la selección española por “regalar una alegría que tanto necesitaba el país”, mientras que Luis de la Fuente, el seleccionador, proclamó que “unidos somos más fuertes”. Frases que resuenan con un público cada vez más cansado del eterno enfrentamiento entre “nosotros” y “ellos” que promueven los líderes políticos.
Este teatro de lo absurdo, donde se premia la adulación y se castiga la discrepancia, no solo mina la democracia, sino que también alimenta un ciclo de cinismo y desencanto entre el público. ¿Es realmente tan difícil imaginar un escenario donde los políticos trabajen por el bien común en lugar de por el bien de su círculo cercano?
Al final, la política del “lameculos o facha” puede ser un juego rentable para unos pocos, pero es un juego peligroso para una sociedad que se precie de ser libre y justa. Quizás, solo quizás, llegará el día en que el mérito y la integridad definan nuestra política en lugar de la adulación y el ostracismo. Hasta entonces, seguimos siendo espectadores de esta sátira involuntaria, donde cada acto parece más absurdo que el anterior.