Reaccionario, amante de la pompa y negacionista. El cardenal Raymond Burke (Wisconsin, 1948) suena con fuerza entre los nombres que podrían suceder al papa Francisco, fallecido el 21 de abril. Y no porque represente una continuación del legado del pontífice argentino, sino todo lo contrario: Burke es su némesis ideológica.
Donde Francisco optó por la humildad, Burke elige la capa magna. Donde uno impulsó la apertura de la Iglesia hacia los excluidos, el otro quiere dar marcha atrás a los avances del Concilio Vaticano II. El estadounidense es defensor a ultranza de la misa tridentina en latín, con el sacerdote de espaldas a los fieles, y se opone ferozmente a cualquier modernización eclesiástica.
Burke no solo se opuso activamente a las reformas de Francisco, sino que, según The New York Times, incluso conspiró contra él con el respaldo de Steve Bannon, el exestratega de Donald Trump. No es casualidad: Burke fue uno de los pocos altos cargos eclesiásticos que apoyaron públicamente a Trump desde su primer asalto a la Casa Blanca en 2016, lo que lo convirtió en uno de los rostros más visibles del trumpismo en la Iglesia.
Con posiciones abiertamente homófobas, antiabortistas y antivacunas —sí, llegó a decir que la relación con Jesucristo era más eficaz que las vacunas contra el covid, hasta que él mismo se contagió—, Burke encarna una Iglesia del pasado, encerrada en sus dogmas y en guerra con el mundo moderno. Su rechazo a dar la eucaristía a políticos pro-choice, como Joe Biden, refuerza esa imagen de inquisidor en sotana.
Francisco, incómodo con su figura, lo fue despojando de poder dentro del Vaticano. Lo apartó de la Congregación para los Obispos, lo cesó como prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y terminó relegándolo a un puesto honorífico como patrono de la Orden de Malta. Era el equivalente eclesiástico a un destierro.
Pero ahora, con el trono vacante, Burke vuelve a la escena con renovada ambición. Su figura polariza, pero encuentra apoyo en el ala dura del catolicismo estadounidense y en una red de medios conservadores que lo impulsan como el “candidato de Dios” frente a los “herejes reformistas”. De hecho, en un giro irónico, Francisco recibió al vicepresidente de EE.UU., J.D. Vance, hombre de Trump, justo antes de morir.
Burke quiere volver. Y no solo como voz crítica. Quiere el trono. Quiere restaurar una Iglesia cerrada, rígida y elitista. Si lo consigue, será el regreso del incienso, el latín… y del miedo.