Ayer, una vez más, hemos tenido el placer de celebrar una de las festividades más emblemáticas y curiosas de nuestro calendario: ¡Sant Jordi! O como algunos lo llaman: “El Día en el que las Calles se Congestionan con Personas Cargadas de Rosas y Libros que Probablemente Nunca Leerán”.
Desde el alba hasta el ocaso, nuestras calles se han transformado en un vertedero floral, donde los vendedores de rosas intentan convencerte de que, de alguna manera, una rosa que durará una semana vale más que un café de especialidad que te mantendrá despierto durante horas. ¡La lógica de Sant Jordi nunca dejará de sorprendernos!
Y qué decir de las interminables filas frente a las librerías, donde multitudes de personas hacen cola para comprar libros que, de acuerdo con todas las estadísticas, permanecerán acumulando polvo en sus estanterías durante meses, si no años. Pero, ¿quién necesita leer cuando se puede presumir de un montón de libros apilados como si fueran trofeos de guerra intelectual?
Claro está, no podemos olvidar el aspecto romántico de la jornada, donde parejas de enamorados pasean por las calles, intercambiando rosas y libros como si fueran bienes de primera necesidad. ¡Ah, el amor! Esa fuerza misteriosa que nos impulsa a gastar dinero en cosas innecesarias.
Y, por supuesto, no podemos pasar por alto la festividad sin mencionar los omnipresentes eventos culturales, donde autores locales intentan vender sus libros con la misma desesperación con la que un náufrago se aferra a un salvavidas. Es un espectáculo digno de admiración (o lástima, dependiendo de tu punto de vista).
En resumen, Sant Jordi es una maravillosa muestra de la capacidad humana para gastar dinero en cosas que no necesita, en nombre del amor, la literatura y la tradición. Así que levantemos nuestras rosas y nuestros libros, y brindemos por otro año de excesos y absurdos en honor a San Jordi. ¡Hasta el próximo año, queridos lectores, cuando nos volvamos a encontrar entre las rosas y los libros que nadie leerá!