Trumpismo: El Poder de la Utopía

El éxito del fascismo en el período de entreguerras del siglo pasado se basó en su capacidad para fusionar lo viejo con lo nuevo, ofreciendo a las poblaciones cansadas de la democracia una alternativa. El trumpismo, como una versión contemporánea de este fenómeno, ha logrado hacer lo mismo. Esta combinación se hizo evidente durante la investidura de Donald Trump, donde figuras reaccionarias y libertarias digitales compartieron protagonismo. Esta conexión no es solo un accidente; es una estrategia consciente que algunos pensadores del trumpismo reivindican. Un ejemplo de esto es Curtis Yarvin, “profeta de la ilustración oscura”, quien ha propuesto un régimen político basado en una “monarquía tecnológica” dirigida por CEOs, donde el poder está en manos de aquellos que gestionan las grandes empresas tecnológicas.

Yarvin no es un autor marginal; es leído por figuras como J.D. Vance, vicepresidente de los Estados Unidos, y Peter Thiel, uno de los grandes gurús del libertarismo de Silicon Valley. En su visión, el Estado se convierte en una start-up, una estructura jerárquica que, aunque dictatorial, promete una especie de orden eficiente. A la vez, promueve el regreso a una especie de imperio y el confinamiento de los “ciudadanos inútiles” en celdas virtuales, alimentados por imágenes como en una especie de granja de Matrix.

El trumpismo, en este contexto, se nutre de dos apetitos profundos de las clases medias amenazadas: el de la seguridad y el de la aventura. Por un lado, ofrece promesas de patria, familia, sexo tradicional, imperio y guerras de religión; por otro, invita a un futuro lleno de bitcoins, viajes espaciales y avances tecnológicos impulsados por la inteligencia artificial. Trump, quien cita la Biblia y recibe el apoyo de propagandistas cristianos como Jerry Falwell Jr. y Paula White-Cain, también promueve las criptomonedas y se rodea de multimillonarios tecnológicos como Musk, Zuckerberg y Bezos. Así, el trumpismo sintetiza lo más viejo con lo más nuevo: si la democracia no funciona, volvamos a la dictadura; si solo funcionan las grandes empresas capitalistas, pongamos el poder en manos de los que las dirigen.

El trumpismo se presenta como una propuesta transversal que conecta los intereses de los más ricos y los más pobres, de manera similar a como se dieron alianzas inesperadas en la Revolución Francesa. Esta doble dimensión (reaccionaria y utópica) lo convierte en una ideología irresistible para muchos, un puente entre lo antiguo y lo nuevo que permite imaginar un futuro a partir de promesas apocalípticas, negacionismo y una búsqueda de libertad sin límites.

Por su parte, la izquierda parece no tener nada que ofrecer que sea verdaderamente viejo ni verdaderamente nuevo. Lo más viejo de la izquierda, como la democracia, los derechos humanos, y la legalidad internacional, parece insuficiente ante el atractivo de los discursos populistas y reaccionarios. Lo más nuevo de la izquierda, como el feminismo y el ecologismo, ha perdido fuerza y ha sido superado por el auge de las ideologías neorreaccionarias y el miedo a la pérdida de poder entre las clases medias.

El análisis de la izquierda también enfrenta una derrota en la lucha de clases y en la batalla cultural. No ha logrado ser lo suficientemente vieja ni lo suficientemente nueva como para convencer a las mayorías. Mientras tanto, China ha ganado la batalla ideológico-material, al proveer un autoritarismo tecnológico eficaz que no depende de una oligarquía desinhibida como en Occidente. A nivel geopolítico, Europa ha quedado desarmada ante el cinismo de la política imperialista y el autoritarismo en auge, representado tanto por Rusia como por China, y, por supuesto, por el trumpismo en los Estados Unidos.

Este panorama deja una visión sombría del futuro. En diez años, la Europa que conocemos podría desaparecer si no se generan alternativas reales. Sin embargo, aún queda espacio para la resistencia. Es imperativo formar alianzas reales y prácticas con todos aquellos que luchan por la supervivencia del planeta y la dignidad humana. Una internacional de la supervivencia que se oponga a las utopías posthumanistas y las reacciones fascistas, buscando construir una Europa diferente, más unida y más independiente.

Finalmente, la reflexión de este diagnóstico es clara: si alguien tiene una idea genial, que no se la guarde, sino que la comparta. Quizá, solo quizás, de ahí emerja una solución para contrarrestar el avance de estas ideologías apocalípticas.

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